La diabetes afectó a una estimación de 425 millones de personas en todo el mundo en 2017 y hay claros indicios de que esta cifra seguirá aumentando. Además de sus numerosas complicaciones y los efectos adversos para la salud, también aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares (ECV), como la enfermedad arterial periférica (EAP) [1].
Los mecanismos de los efectos perjudiciales de la diabetes (de tipo 1 y de tipo 2) en la salud cardiovascular son complejos y muy diversos. La arterioesclerosis es el principal problema a nivel macrovascular y genera cambios metabólicos asociados a la diabetes, ya que provoca cambios en la forma y el tamaño del colesterol lipoproteico de baja densidad (LDL) y un aumento de su potencial aterogénico [2].
A nivel microvascular, este mecanismo es diferente y se relaciona con la neuropatía autonómica diabética (DAN), que daña el sistema de autorregulación del cuerpo (principalmente las células endoteliales) del flujo sanguíneo. Todo ello reduce el flujo de oxígeno y de nutrientes que llegan a los tejidos [2,3]. Además, muchas personas diabéticas suelen tener otras comorbilidades, como la obesidad, la hipertensión (con unos índices de prevalencia del 30 % para el tipo 1 y del 60 % para el tipo 2) y dislipidemia, lo cual aumenta el riesgo de ECV [4,5].
En general, las personas con diabetes sufren un riesgo considerablemente mayor de mortalidad relacionada con ECV (la causa más prevalente de mortalidad en la población diabética) en comparación con la personas sin diabetes. Los diabéticos de tipo 1 sufren un riesgo 4,2 veces superior de muerte que los diabéticos de tipo 2 y tienen un riesgo de 2 a 10 veces superior de muerte [6].
A nivel de la EAP específicamente, los estudios indican que la intolerancia a la glucosa está asociada a una prevalencia superior al 20% de un ITB (índice tobillo-brazo, uno de los mejores indicadores de EAP) en comparación con el 7% en personas con una tolerancia normal a la glucosa [7].
Aproximadamente del 20 al 30 % de las personas con EAP sufren de diabetes, pero esta prevalencia parece que se ha infravalorado a causa de la naturaleza asintomática del EAP y la percepción alterada del dolor provocada por la neuropatía periférica inducida por la diabetes [8].
Y se trata del mayor riesgo para el correcto diagnóstico de EAP en personas con diabetes: pasar por alto las señales reveladoras de la EAP debido a la neuropatía periférica diabética (principalmente la claudicación intermitente). Los pacientes diabéticos tienen mayor riesgo de padecer claudicación intermitente, que es 3,5 veces más prevalentes en hombres diabéticos y 8,6 veces más prevalente en mujeres diabéticas (en comparación con las poblaciones no diabéticas para cada sexo) [9].
Únicamente el diagnóstico temprano basado en una medición del ITB puede permitir un tratamiento y unos cuidados adecuados de la EAP que, si no se trata, puede provocar complicaciones que se manifiestan en una mayor frecuencia y una mayor gravedad en los pacientes diabéticos.
Específicamente, el índice de amputación mayor en pacientes con EAP y diabetes es de 5 a 15 veces mayor que en pacientes con EAP no diabéticos [7]. Una de las complicaciones de la EAP en estado avanzado son las úlceras en las extremidades inferiores, y cerca de la mitad de pacientes diabéticos con úlceras también tienen EAP [10].
Por lo tanto, realizar exámenes de diagnóstico de EAP en pacientes diabéticos basados en el ITB no solo es una medida recomendada, sino que se trata de una medida necesaria, si queremos tratar la diabetes holísticamente.