Las mujeres suelen pasar desapercibidas cuando se trata de diagnosticar enfermedades cardiovasculares (ECV), ya que, normalmente, se considera que estas patologías afectan sobre todo a los hombres. Nada más lejos de la realidad. La enfermedad arterial periférica (EAP) no es ninguna excepción, y las mujeres corren un mayor riesgo de obtener un diagnóstico erróneo o retrasado. Las complicaciones y los resultados asociados a la misma, así como el retraso en la administración de un tratamiento, son numerosos y dan lugar a una mayor morbilidad y mortalidad.
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Los estudios más recientes han indicado que no solo la prevalencia de las ECV y de la EAP es similar para ambos sexos, sino que es superior en las mujeres (5, 6, 7, 8). Algunos estudios concluyen que la prevalencia es del 13,4 % para los hombres y del 15,6 % para las mujeres. Sin embargo, no describen un panorama global en el que la prevalencia esté estrechamente relacionada con la edad, y la mayoría de los estudios epidemiológicos se centran en las personas mayores. En las personas de menos de 70 años, la prevalencia se sitúa en torno al 17,1 % para los hombres y en el 11,5 % para las mujeres, pero alcanza el 39 % en las mujeres y solo el 27 % en los hombres en poblaciones cuya edad es igual o superior a los 85 años (9). Por lo tanto, se recomienda tomar medidas preventivas basadas en la medición del índice tobillo-brazo (ITB), especialmente en el caso de pacientes con factores de riesgo adicionales y comorbilidades importantes, incluidas las personas asintomáticas.
Al igual que ocurre con muchas ECV, la EAP se presenta más frecuentemente en forma asintomática que sintomática, ya que la primera representa el 40 % de todos los casos y la segunda, solo el 10 % (10, 11). En el caso de las mujeres, varios estudios han indicado que es más probable que sufran EAP asintomática que los hombres (12, 13, 14, 15, 16). Además, es más probable que las mujeres presenten síntomas atípicos que puedan atribuirse a otras afecciones médicas, lo que puede retrasar la obtención de un diagnóstico preciso, a pesar de su posible inclusión en los grupos de riesgo (17).
Los principales factores de riesgo identificados para la EAP (edad avanzada, diabetes mellitus, consumo de tabaco e hipertensión) son los mismos para hombres y mujeres, pero no les afectan de la misma forma necesariamente (18, 19, 20). Las mujeres fumadoras, por ejemplo, tienen un riesgo hasta 20 veces superior que aquellas que nunca han fumado (21).
No obstante, las mujeres presentan unas características específicas en lo que respecta a la comorbilidad con otras ECV. En particular, un diagnóstico previo de enfermedad arterial coronaria (EAC), infarto de miocardio (IM), embolia o ataques isquémicos transitorios (AIT) es indicativo de una posible EAP (22, 23, 24, 25, 26, 27). Por otra parte, las mujeres tienen más probabilidades de padecer únicamente EAP ante la ausencia de otras ECV (5). Junto con una presentación típicamente asintomática, esto aumenta la probabilidad de no realizar un diagnóstico y de retrasar la administración del tratamiento. En otras palabras, las mujeres, normalmente, ni siquiera se someten a un simple chequeo, a pesar de la sencillez y del bajo coste de algunos métodos de diagnóstico.
Existen varios métodos para diagnosticar la EAP, algunos más adecuados que otros para su uso en la medicina general y con una precisión y una fiabilidad variables. El más preciso y fiable es la angiografía, que ofrece una muy alta detección (entre el 89 % y el 100 %) y especificidad (entre el 92 % y el 100 %), pero resulta demasiado costoso para un examen general y requiere equipos especializados (28, 29).
Por razones de comodidad y desde un punto de vista económico, el mejor método es el diagnóstico basado en una evaluación del ITB. El ITB puede medirse/calcularse con una sonda Doppler y un tensiómetro, o con un dispositivo de diagnóstico oscilométrico-pletismográfico automatizado. Debido a su velocidad y a su funcionamiento sin errores por parte del usuario, este último método resulta más adecuado (30, 31, 32). No obstante, los examinadores deben tener en cuenta el hecho de que las mujeres pueden obtener un ITB más bajo de manera predeterminada a causa del menor tamaño de sus arterias. Algunos estudios han utilizado incluso un punto de corte inferior (0,88 en lugar de 0,9) para realizar el diagnóstico (33). No obstante, unas puntuaciones del ITB inferiores están relacionadas con mayores índices de morbilidad y mortalidad en ambos sexos (34).
La presentación asintomática, la frecuente ausencia de comorbilidad con otras ECV y la infrautilización o inutilización de un chequeo preventivo provocan que las mujeres corran un mayor riesgo de mortalidad o de morbilidad grave. El régimen de tratamiento correcto puede, naturalmente, mitigar muchas complicaciones y evitar otras más graves, pero solo si se basa en un diagnóstico a tiempo y preciso. En los casos menos graves, suele ser suficiente un tratamiento conservador, que incluya dejar de fumar y tratar de manera adecuada la diabetes, la hipertensión y la dislipidemia (35).
En la práctica, muchos pacientes no reciben un tratamiento adecuado. Varios estudios han hallado que los pacientes que solo sufren EAP tienen menos probabilidades de recibir un tratamiento con estatinas, inhibidores de la ECA o agentes antiplaquetarios que aquellos que padecen tanto EAP como EAC (39, 40). En tales casos, la probabilidad de que las mujeres recibieran estos fármacos fue todavía más reducida que la de los hombres (40). La situación no mejora en el extremo del espectro que representa la enfermedad grave, ya que las mujeres que se someten a la revascularización de las extremidades inferiores suelen ser de edad avanzada y sufrir un grado más grave de la enfermedad en comparación con los hombres (41, 42).
Las mujeres, especialmente las de edad avanzada, presentan un mayor riesgo de morbilidad y mortalidad en relación con la EAP debido a la naturaleza frecuentemente asintomática de la enfermedad y al consecuente retraso en el diagnóstico. Entre las posibles soluciones, se incluye aumentar los exámenes médicos a los pacientes mayores, especialmente los pertenecientes a grupos de riesgo, y modificar el tratamiento agresivo y los factores de riesgo en los enfermos con un diagnóstico positivo.