En 2022, el porcentaje de la población mundial de 65 años o de mayor edad representaba aproximadamente el 10 %. Las personas mayores constituyen un grupo de población en rápido crecimiento que usa con frecuencia los servicios sanitarios, lo que da lugar a elevados gastos per cápita [1] [2]. El modo de vida moderno, con altos niveles de estrés, hábitos alimentarios poco saludables, falta de ejercicio y un estilo de vida sedentario, causa estragos en el cuerpo. Tras ver las consecuencias acumulativas de años de vida poco saludable desde el crecimiento económico sin precedentes de la segunda mitad del siglo XX, la sociedad ha empezado a reconocer la importancia de la atención preventiva y de la asistencia domiciliaria. La prevención también es esencial para las personas mayores, cuya esperanza de vida es muy superior a la del pasado. Gracias a una tecnología que permite realizar exámenes preventivos rápidos y eficaces, algunas afecciones crónicas y, con frecuencia, debilitantes pueden tratarse de forma mucho más efectiva [3]. En este sentido, las herramientas de diagnóstico y prevención prácticas y fáciles de usar desempeñan un importante papel.
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Una alta presión arterial se define como una presión sistólica PA ≥ 140 mmHg y/o diastólica PA ≥ 90 mmHg. Se trata de una afección médica muy frecuente. En 2010, en torno al 31,3 % de la población mundial (o aproximadamente 1 de cada 3 personas en el planeta) padecía hipertensión [4]. Su prevalencia aumenta con la edad, y se estima que hasta el 74 % de las personas de más de 80 años tendrá hipertensión [5].
La hipertensión es el factor de riesgo más significativo de la enfermedad cardiovascular (ECV), pero puede controlarse con éxito con cambios en el estilo de vida y antihipertensivos [6] [7]. Sin embargo, el control de la hipertensión en las personas mayores se asocia a retos que no suelen estar presentes o son menos frecuentes en otros grupos demográficos. La farmacocinética y la farmacodinámica están alteradas, y los pacientes también pueden sufrir otras afecciones, como deterioro cognitivo, incontinencia, fatiga, limitaciones visuales y auditivas, fragilidad general y falta de apoyo y asistencia sociales [8] [9] [10] [11]. Esta situación es aún peor cuando concurre otro factor de riesgo cardiovascular y requiere un tratamiento adicional.
De nuevo, la prevalencia de la hipercolesterolemia aumenta con la edad. Esta afección es otro factor de riesgo significativo de la ECV. Los pacientes, especialmente los hombres, sufren mayores tasas de mortalidad por cualquier causa [12] [13]. En 2008, el 39 % de los adultos de todo el mundo había aumentado su nivel de colesterol total. En la actualidad, esta cifra es mucho más alta debido a diversos factores, incluida una mayor concienciación con tasas de diagnóstico posteriormente superiores [14] [15]. No obstante, los estudios demuestran que muchos pacientes con hipercolesterolemia no se tratan ni controlan [16]. Normalmente, un tratamiento completo implica medicación (la mayoría de las veces, estatinas) y cambios en el estilo de vida (dejar de fumar, limitar el consumo de alcohol, seguir una dieta sana y mantener un peso saludable) [17]. Sin embargo, algunas intervenciones ampliamente utilizadas pueden resultar ineficaces para disminuir los niveles de colesterol en las personas mayores, por lo que es necesario un enfoque centrado en el paciente. [18] [19] [20] [21]
En 2016, se estimaba que, al menos, 1900 millones de adultos sufrían sobrepeso, y más de 650 millones de ellos tenían obesidad. Los motivos de la actual epidemia de obesidad en muchos de los países desarrollados y en vías de desarrollo son multifactoriales y varían entre regiones. La falta de ejercicio físico y la abundancia de comida (poco saludable) son dos de las principales causas [22].
Las implicaciones de la obesidad para la salud (especialmente las relacionadas con la salud cardiovascular) son numerosas y graves para el grupo demográfico de las personas mayores y el resto de la población. Curiosamente, algunos estudios han hallado pruebas de una «paradoja de la obesidad» en las personas mayores: algunos sujetos considerados con sobrepeso u obesos pueden obtener mejores resultados de salud que sus homólogos con un peso normal o bajo con la(s) misma(s) enfermedad(es) específica(s) [23]. No obstante, las personas mayores deberían seguir manteniéndose lo más activas posible para mitigar la pérdida de masa muscular y combatir la fragilidad. En este sentido, el tipo de ejercicio debería ser compatible con el nivel físico del paciente y cualquier otra afección [24].
La artritis es, sin lugar a dudas, una de las enfermedades que interfiere con el ejercicio físico y que incluso puede evitar su realización en casos graves. Esta afirmación es preocupante, ya que la prevalencia de la artritis en las personas mayores es significativa. Entre 2010 y 2012, al menos 52,5 millones de adultos estadounidenses (o el 22,7 % de toda la población adulta de Estados Unidos) vivían con artritis médicamente diagnosticada [25]. Las cifras eran aún superiores en los grupos de edad de 65-74 (41,6 %), 75-84 (46,0) y más de 85 (48,6 %). Estos porcentajes representaban la población masculina, pero eran aún mayores entre las mujeres [25].
De los anteriormente mencionados 52,5 millones de adultos con artritis, aproximadamente 22,7 millones padecían una limitación de la actividad atribuible a la artritis. Se ha estimado que, para el año 2040, al menos 34,6 millones de adultos estadounidenses (de los 78,4 millones de adultos de Estados Unidos que se prevé que tengan artritis médicamente diagnosticada) sufrirán una limitación de la actividad atribuible a la artritis [25]. Sin embargo, la artritis no solo está relacionada con los problemas de movilidad; los pacientes (especialmente los que sufren artritis reumatoide) tienen también un mayor riesgo de desarrollar ECV como, por ejemplo, cardiopatía isquémica [26].
La enfermedad arterial coronaria (EAC), también conocida como cardiopatía isquémica (CI), es la tercera causa de muerte más frecuente y representa aproximadamente 17,8 millones de muertes al año [27]. Las ECV son la principal causa de mortalidad en el mundo y comparten muchos factores de riesgo, incluida una edad avanzada [28]; más del 60 % de las muertes cardiovasculares ocurre en personas de 75 años o de mayor edad [29].
Se ha descubierto que el 31 % de los hombres y el 25,4 % de las mujeres de más de 80 años padecen EAC [30]. Y no es de extrañar porque muchas personas de este grupo de edad presentan afecciones médicas concurrentes que son factores de riesgo conocidos de EAC. Uno de los más frecuentes es la diabetes [31].
Había 529 millones de personas con diabetes en el mundo en 2021. Está previsto que aumente el crecimiento del número de casos de diabetes [32], principalmente por motivos similares al número de pacientes con ECV. La prevalencia de la diabetes (y de la prediabetes) es superior en la población de la tercera edad en comparación con los grupos demográficos más jóvenes, y las personas mayores sufren peores resultados y complicaciones [33] [34] [35]. Entre las más graves, se incluyen las úlceras del pie diabético (UPD) y la enfermedad renal crónica (ERC) [36] [37].
La diabetes no es el único factor de riesgo para el desarrollo de la ERC, pero, sin lugar a dudas, es uno destacado: el 30-50 % de las personas con diabetes de tipo 2 padece ERC; los pacientes con diabetes de tipo 1 representan un pequeño porcentaje [38]. Otros dos factores de riesgo significativos son la hipertensión (aproximadamente el 27,2 % de los casos) y la glomerulonefritis primaria [38].
En 2017, la prevalencia global de ERC se estimó en el 9,1 % o 697,5 millones de personas en todo el mundo. Con independencia de su etiología, la ERC se asocia a muchas complicaciones graves en todos los grupos demográficos. Sin embargo, su prevalencia es superior en las personas mayores, que suelen padecer otras afecciones como, por ejemplo, ECV, como la insuficiencia cardíaca, lo que dificulta aún más el tratamiento y el control de la ERC [39] [40].
La prevalencia mundial de la insuficiencia cardíaca (IC) se sitúa en torno al 2 % y depende en gran medida de la edad. Afecta a menos del 2 % de las personas menores de 60 años, pero puede llegar al 10 % o más en aquellos sujetos mayores de 75 años [41]. Además de una mayor tasa de mortalidad, la IC en las personas mayores se correlaciona con el deterioro cognitivo, la fragilidad, la malnutrición y, en general, una menor calidad de vida con problemas adicionales de salud mental, como la ansiedad y la depresión [42] [43].
Las dificultades para llevar a cabo tareas cotidianas pueden afectar a la salud mental de una persona, y las personas mayores no son una excepción. Muchas de ellas sufren depresión; un estudio estimó que la prevalencia de depresión a nivel mundial en las personas mayores se situaba en el 28,4 %, pero observó una alta variabilidad entre diferentes regiones [44].
Diagnosticar y tratar la depresión en las personas mayores es diferente a trabajar con pacientes más jóvenes, ya que esta enfermedad se manifiesta de manera diversa en este grupo de edad [45] [46]. Clínicamente, también hay una diferencia significativa si la persona mayor ha sufrido depresión en un momento anterior de su vida o padece la enfermedad en una edad avanzada [45]. Algunas personas también sufren simultáneamente otras afecciones psiquiátricas y neurológicas, como la enfermedad de Alzheimer (EA) y la demencia.
La enfermedad de Alzheimer (EA) puede desarrollarse en personas más jóvenes, pero es mucho más habitual en aquellas de más de 65 años [47]. Se trata, actualmente, de la séptima causa de muerte más habitual en el mundo. En 2020, afectó a la cifra estimada de 50 millones de personas.
La EA no solo reduce considerablemente la esperanza y la calidad de vida de una persona [48] [49], sino que también impide el tratamiento y el control de las otras afecciones aquí mencionadas, además de muchas otras enfermedades.
Dejando de lado los factores de riesgo no modificables, la prevención es clave para un envejecimiento saludable. Un aspecto importante de la prevención son los chequeos y los exámenes oportunos y periódicos, que pueden identificar posibles problemas de salud en una fase inicial.
El objetivo de la medicina preventiva en las personas mayores no consiste tan solo en reducir la mortalidad, sino también en preservar la calidad de vida (la capacidad de funcionar en la vida diaria sin depender de otras personas durante el mayor tiempo posible) [50]. . Debido al desarrollo de herramientas de diagnóstico y chequeos extremadamente prácticos, la prevención y otros exámenes se han vuelto más sencillos y, por tanto, más accesibles. Analicemos algunas herramientas que pueden utilizarse en la consulta del médico, en el domicilio de la persona mayor y/o en las residencias de la tercera edad.
La asistencia sanitaria en los entornos residenciales (ya se trate de residencias de la tercera edad o de la atención domiciliaria) está relacionada con muchas ventajas. Puede llevarse a cabo un número de chequeos preventivos y periódicos de esta forma. Tradicionalmente, los procedimientos de diagnóstico complejos no podían realizarse sin transportar al paciente a un centro sanitario; sin embargo, gracias al avance tecnológico, esta situación ha cambiado para, al menos, unas pocas pruebas diagnósticas, incluido el ECG, que puede llevarse a cabo ahora en las visitas domiciliarias.
MESI mTABLET es un sistema de diagnóstico portátil y fácil de utilizar que incluye diversas herramientas de diagnóstico, como el ECG, la espirometría, el ITB, el IDB, la oximetría de pulso y el monitor de la presión arterial, para diferentes tipos de mediciones de la presión arterial disponibles como aplicaciones. También ofrece la aplicación Protocol para realizar exámenes más rápidos con protocolos personalizados para exámenes preventivos y pacientes que sufren la misma afección. Cada medición se guarda automáticamente en la historia electrónica del paciente y puede compartirse inmediatamente con un especialista o un profesional médico de forma remota.
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